Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad y comía cosas sanas, radicheta y ananá, pero desde que trabajo de mesero en el bar de Almagro, me dí cuenta que no puedo luchar contra lo que me viene dado.
Las primeras semanas fue fácil esquivar la gente ebria de entre las mesas. Me regocijaba sabiendo que mi esfuerzo era un heroísmo en el campo de los vicios. Al caer el segundo mes y ante las insistentes peticiones de mis clientes (proveedores de propinas) probé dos o tres traguitos de Legui sumado a las altas dosis de humo plantero que mis pulmones inhalaban noche a noche.
Así fui retornando de a poco a una vida involuntaria de vicios. Del prana de los mediodías al guana de las noches. Del té a la cebada. Del yamaní al maní japonés. De la meditación a la discusión. Del macrobiótico al antibiótico.
En fin. Ahora me entrego a todo. Me entrego un martes y les pido, lo disfrutemos así como es.